En los últimos años, el conflicto brutal en la República Democrática del Congo (RDC) precipitó una epidemia de violencia sexual.
Los grupos de derechos humanos han constatado que todas las partes del conflicto han utilizado la violencia sexual como arma de guerra; un estudio estimó que, entre noviembre de 2008 y marzo de 2009, se cometieron hasta 1.100 violaciones al mes. La combinación de impunidad, respuestas estatales insuficientes (o complicidad) y el conflicto en curso hace que la violencia sexual siga afectando a mujeres de todo el país.
Víctima ella misma de la violencia sexual, Anne-Marie Buhoro, activista de la provincia de Kivu del Sur de la RDC, se sintió motivada para trabajar por otras víctimas y sobrevivientes como ella y para combatir la impunidad que veía a su alrededor.
“Nadie denunciaba estas violaciones debido al miedo que reinaba en aquella época”, explica. “Todavía estaba enfadada por la violencia que yo misma sufrí. Quería luchar contra [sexual violence], pero también hacer oír las voces de otras víctimas a nivel local.”
En 2010, Buhoro y otras mujeres fundaron la Iniciativa para Personas Vulnerables y Mujeres en Acción para el Desarrollo Integrado (IPVFAD por sus siglas en inglés), que presta apoyo a las víctimas y sobrevivientes de la violencia sexual en la RDC.
Buhoro quería contribuir a la protección de las mujeres de su región, que se enfrentan a múltiples violaciones de los derechos humanos – entre ellas, el espectro constante de la violencia sexual – lo que la llevó a implicarse en la labor de prevención y protección contra la violencia sexual y de género.
“Queríamos denunciar las violaciones, pero también apoyar a las víctimas para empoderarlas y ayudarlas a hacer oír su voz”, afirma.
Buhoro dice que trabaja contra “las múltiples formas de violencia a las que se enfrentan las mujeres y las niñas en el este de la RDC, y otros delitos que se cometen sin conciencia”.
Su experiencia es un recordatorio de que el impacto de los crímenes continúa mucho tiempo después de haber sido cometidos, y explica que le motiva el hecho de que “los perpetradores circulan libremente; las sobrevivientes, mientras tanto, tienen miedo de denunciar los casos porque, una vez que han presentado las denuncias, son rastreadas y vulnerabilizadas por los mismos perpetradores”.
“Vi que, en [the DRC], son los criminales los que reciben el mejor trato, especialmente en nuestro ejército. Matan y cometen todo tipo de violencia… sólo para alcanzar rangos más altos”.
Buhoro dice que su experiencia “me da esperanza para un cambio positivo”, para el “reconocimiento de todo el daño sufrido por lxs sobrevivientes y las víctimas en [the DRC] y para el respeto de los derechos de las víctimas”.
La red INOVAS es otra fuente de esperanza, dice, al vincular el trabajo que se realiza a nivel local con los procesos de justicia nacionales e internacionales a través del trabajo duro, las experiencias y los conocimientos de otrxs víctimas y sobrevivientes como ella. “Espero que INOVAS… amplíe el alcance de las intervenciones a todos los niveles – local, regional, nacional e internacional – y apoye a lxs sobrevivientes para que hagan oír su voz”, afirma.
Pero, sobre todo, la motiva un sentimiento de “catarsis”.
“Si conseguimos llevar un caso ante el tribunal y obtener una sentencia contra el agresor, esto es gratificante”.
“Pero cuando nosotrxs, como víctimas y sobrevivientes, luchamos y lideramos esa lucha, es también una especie de rehabilitación psicológica para nosotrxs. Hay una especie de catarsis; nos ayuda a sanar cuando tomamos la delantera en esta lucha”.