Deicy Patricia Carabali era todavía una estudiante universitaria cuando los paramilitares respaldados por el Estado llegaron a su pueblo en la región del Cauca, al norte de Colombia.
“Ese primer día, asesinaron a unxs amigxs míxs en la escuela”, ella recuerda, y cuenta cómo los paramilitares aterrorizaban impunemente a las comunidades locales. “Después, volvían a nuestra comunidad; cada día, obligaban a las mujeres a cocinar para ellos y explotaban sexualmente a algunas mujeres [in the area].”
Obligada a desplazarse de pueblo en pueblo más de una vez como consecuencia, Carabali se convirtió en víctima de un conflicto que ya había arrasado su país durante décadas.
Aunque la guerra estalló originalmente entre el gobierno central y las guerrillas de izquierda, que luego se reformaron bajo el nombre de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC, la guerra se complicó por la participación de potencias extranjeras y poderosos intereses comerciales. Tras años de negociaciones, el 24 de agosto de 2016 en La Habana, Cuba se firmaron los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano y las FARC. Aunque un referéndum popular rechazó los acuerdos, ambas partes firmaron un acuerdo revisado que fue ratificado por el congreso del país en noviembre del mismo año. La guerra había terminado, al menos oficialmente.
Según Carabali, “el conflicto en el Cauca en realidad empeoró tras la firma de los acuerdos de paz.”
Los rebeldes de las FARC que rechazaron los acuerdos de paz, los nuevos grupos armados y las pandillas locales de narcotráfico y minería llenaron el vacío. Con poco apoyo del gobierno central, las comunidades locales trataron de defenderse formando “guardias” comunitarias que interrumpen las actividades vinculadas a la droga y la minería y proporcionan seguridad local. Defensorxs de derechos humanos y activistas como Carabali también trabajan para proteger a las víctimas de las violaciones.
El trabajo tiene un coste. Cientos de organizadorxs comunitarixs conocidxs como “líderes” han sido asesinadxs, mientras que lxs activistas ven regularmente sus nombres en panfletos impresos conocidos como “avisos de muerte” que vienen con una amenaza y una recompensa por sus cabezas. Carabali vive con protección y ella misma ha sido amenazada. “Mi nombre apareció en varios panfletos en nuestro municipio,” ella explica.
A pesar de sus experiencias en el pasado, y de las amenazas que recibe en el presente, Carabali ha trabajado para defender los derechos de las víctimas y lxs sobrevivientes en su área local.
“En 2005, cuando el gobierno comenzó la “desmilitarización” de nuestra región, iniciamos un nuevo periodo de activismo, tratando de escuchar y recoger toda la información que podíamos, especialmente de las mujeres, las víctimas de violaciones sexuales, las personas desplazadas internamente y las mujeres cuyos maridos habían sido asesinados,” describe Carabali.
Su organización, Asociación de Victimas Renacer Siglo XXI, monitorea y documenta las violaciones, realiza investigaciones jurídicas y presta servicios a mujeres y víctimas de la violencia sexual.
Dice que la motiva un profundo sentimiento de esperanza en algo mejor en el futuro. “A pesar de todo lo que ha pasado, hay algo que la violencia no nos ha podido quitar: la esperanza. Aunque la situación en Colombia se está poniendo muy difícil, nos aferramos a la esperanza y confiamos en que todo cambiará.”
Para Carabali, INOVAS forma parte de esa esperanza. “La red está dedicada exclusivamente a las víctimas y lxs sobrevivientes: conocen nuestro sufrimiento, y tiene una estructura que puede ayudar y defender a las víctimas.”
“Queremos que esta estructura apoye y vincule el trabajo para representar y defender a las víctimas en todo el mundo”.
Quizás sobre todo, Carabali considera que las redes internacionales como INOVAS crean una mayor esperanza de presión externa sobre los Estados parte de las violaciones y que deberían ser responsables de la compensación.
“Significa que la comunidad internacional puede hacerse cargo de la situación, porque los Estados por sí solos no lo harán.”
“Es muy importante para nosotrxs participar en INOVAS para poder compartir los detalles de lo que ocurrió en Colombia. Esperamos que las víctimas reciban una compensación en el futuro, por nuestro bien, pero también por el de nuestrxs hijxs.”
Muchas de estas ideas se recogen en una carta abierta dirigida al mundo, que Carabali escribió, en la que relata varias historias que muestran la forma en que su comunidad local ha sido transformada tanto por el conflicto armado como por la pandemia mundial:
‘CARTA AL MUNDO Y A LA SOCIEDAD’
“¿A qué llaman normalidad, a qué quieren regresar? Si antes de la Pandemia este mundo se iba acabar, iba acabar por la corrupción, iba acabar por la desigualdad, iba acabar porque a las mujeres y a los pueblos no nos querían más. Iba a acabar porque había racismo, iba acabar porque había exclusión, iba acabar porque a los estudiantes nunca nos daban la razón…
La normalidad sería dejar de hacer la maldad, la normalidad sería dejar de contaminar, la normalidad sería volver al río a atarrayar, la normalidad sería ver la luna y verla ya, la normalidad sería que el pueblo vuelva a cantar, la normalidad sería cuando todas y todos estuviéramos en paz…
Hoy quiero escribir mi carta como forma de protestar, pensando que a los oídos de muchos mi mensaje va a llegar, exigiéndole al gobierno que dé las garantías ya, garantías que nos sirvan para poder protestar, protesta que los derechos nos ayude a garantizar, garantías efectivas que cambien la realidad. Realidad que a mis hijitos les permita vivir en paz, paz que todos merecemos y se nos debe dar, una paz que no es la ausencia de conflictividad, esa paz que entre pueblos hermanos construyamos ya, en medio de las diferencias, pero podremos superar.
Es cierto que hoy queremos volver a la normalidad, normalidad que no me impida mi propia movilidad, movilidad sin las fronteras invisibles tener que pasar, normalidad en medio de mi finca sembrando plátano y maracuyá, normalidad donde mis cabellos yo pueda volver a trenza’, normalidad donde los animales me vengan a visitar, normalidad donde al río yo pueda ir a guacuquiar, normalidad que a la cascada me deje movilizar, esa normalidad que parece un cuento de hadas ya, porque ahora con la violencia nos toca solo imaginar… Al departamento del Cauca yo le quiero dedicar, mi más sentida poesía que yo les quiero enseñar, el Cauca es un paraíso, paraíso terrenal, paraíso donde muchos aprendimos a luchar por causa de nuestras riquezas que las quieren explotar, desterrarnos de nuestros pueblos de las lomas y el manglar, del rio y de lo plano, del volcán y del mangón, del mar y el río y de cualquier rincón. Pero aquí estamos nosotros pa’ no darles la razón. Seguiremos cuidando al Cauca, Cauca de mi corazón. Seguiré alzando la bandera, bandera que me da razón. Mi Cauca, mi Cauca hermoso, Cauca de mi canción.”