A principios de los años 70, Antonio Leiva era estudiante y profesor de cine en la Universidad de La Plata y representante estudiantil de la Escuela de Bellas Artes, donde participaba activamente en el Grupo Cine Peronista de La Plata: un colectivo clandestino de cineastas dedicado a documentar y apoyar la movilización social en el país latinoamericano.

Debido a sus actividades, las autoridades argentinas lo detuvieron como preso político, incluso antes del golpe militar de 1976 que vería decenas de miles de personas desaparecidas y ejecutadas sumariamente.

Antes del golpe, recuerda Leiva, “la detención fue el peor [time] para la mayoría de nosotrxs, porque fue cuando ocurrió la tortura, y en mi caso, hubo un período de un par de días en el que realmente perdí el sentido del tiempo”.

“Pero después de eso, te enviaban a la cárcel, y las condiciones estaban más o menos bien… no tanmal”.

“Sin embargo, después del golpe las cosas cambiaron drásticamente. Incluso las cárceles legales… el régimen las trataba más como campos de concentración. Estábamos en las celdas 23 horas al día, sólo teníamos media hora por la mañana… [and] algunos días ni siquiera eso. Muchas personas fueron torturadas, incluso lxs presxs políticxs legales reconocidxs por el régimen”.

Finalmente, Leiva pasó cuatro años y medio como preso político antes de verse obligado a exiliarse y establecerse en los Estados Unidos como refugiado, como parte de una negociación del régimen a raíz de la creciente presión internacional y regional por la escalada de abusos de derechos en Argentina.

Como refugiado en los EE.UU., Leiva continuó con su activismo: cofundó el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (COSPAR) y compartió su testimonio como herramienta de defensa y concienciación en un momento en el que la mayoría del público estadounidense todavía no conocía la magnitud de los abusos de derechos humanos que se estaban produciendo en Argentina y en toda América Latina en ese momento.

“Después de que nos liberaran y empezáramos a hacer este trabajo conectando con organizaciones de derechos humanos, contando a la gente lo que estaba ocurriendo [in Argentina]… de lo que nos dimos cuenta muy pronto fue del tratamiento”, explica. “Estábamos allí, como sobrevivientes, pero nuestros puntos de vista no se tenían en cuenta a la hora de elaborar políticas. Yo podía ir y contar mi historia, mis sesiones de tortura… pero luego tenía que haber un experto o un académico que explicara las cuestiones sociales y políticas. Y muchas veces se equivocaban”.

Buenos Aires – mural dedicado a las Madres de la Plaza de Mayo

“Nosotrxs éramos las personas que realmente sabían lo que estaba pasando, y por qué sucedía. Así que nuestra idea era tener siempre el testimonio de las víctimas en primer plano, no en segundo plano”.

Esto hizo que Leiva fuera muy consciente de los escollos de la justicia transicional: “Todo se convirtió en una burocracia de expertxs, profesionales y académicxs. Ellxs decidían por mí”.

Con esto en mente, Leiva cofundó más tarde el Proyecto VOS-Voces de Sobrevivientes, cuyo objetivo es situar a las víctimas y a lxs sobrevivientes en la vanguardia de los debates sobre los crímenes que han sufrido.

Es una idea que ha guiado la participación de Leiva en la red INOVAS.

“Para nosotrxs, la idea es empoderar a las víctimas y lxs sobrevivientes en la creación de una organización que no sólo esté dirigida por víctimas y sobrevivientes, sino que también decidamos las políticas”.

“La idea es crear una organización que pueda reunir a más víctimas y sobrevivientes, individuos y organizaciones, y empoderarnos para ir a los diferentes ámbitos internacionales y luchar para hacer el cambio, para que se nos escuche, para ser parte del proceso”, concluye.